Por Lisandro Guzmán

“A cá cota cuaquera”. Un gurrumín de apenas 5 años se acercaba al cortadero de ladrillos y con su vocecita presumía voz de mando, como si fuera el jefe de los ladrilleros que a sol y sombra trabajaban para ganarse el mango diario.
No sabía hablar bien. Le costaba. Pero a base de buena voluntad, siempre repetía una frase que lo marcaría para el resto de su vida: “Acá cota cuaquera (sic)”. La traducción era muy simple: “Acá, en este cortadero, corta cualquiera”.

Marcelo tenía la gracia de un niño de su edad. En el campo le tenían cariño y su particular forma de hablar le valió el apodo que él mismo -sin querer- inventó. Todos lo empezaron a conocer como: “Cota quaquera”.

Con el tiempo, el alias se redujo simplemente a “Cota”.

Marcelo “Cota” López tuvo la vida más difícil que uno se pueda imaginar. Desde su nacimiento, atravesó obstáculos y soportó todo tipo de inconvenientes. Vaya uno a saber todo lo que sufrió, padeció y tuvo que enfrentar. Ya el maldito alcohol hacía de las suyas y se llevaba a sus seres más cercanos.

El resto de la familia que quedó tuvo que luchar y pelear para cuidar también de Cota, para contenerlo, y para sobrevivir en un contexto para nada alentador.

Con el tiempo, y después de haber estado internado, Marcelo eligió “su lugar” en el mundo. La esquina frente al local Virgen del Valle, donde hacía las veces de limpiavidrios y consejero espiritual de cualquier peatón o automovilista que se acercaba a darle una moneda o una ayuda. Decenas de veces quisieron contenerlo y llevarlo, pero él volvía a ese sitio, predestinado rincón de un alma que luchaba por “su” espacio.

Era un personaje entrañable.

“Escribime acá en este papel: Guardia de seguridad”, me dijo en una oportunidad en la que quería cuidar autos para una fiesta patronal.

Así era Cota. Un niño en un cuerpo de adulto. Nadie le tenía miedo. Algunos lo ignoraban, pero para la gran mayoría no pasaba desapercibido. Cota fue, es y será la muestra de los desaciertos que como sociedad venimos cometiendo y la forma más visible de entender cómo el ser humano muchas veces pide a gritos ayuda, inclusión y comprensión.

Su imagen es imborrable. Aún se lo ve sentado al lado del semáforo, junto a su perrita y su balde. Su destino fue convertirse en uno de esos personajes entrañables, casi de película, que brillan con luz propia, por encima de la mierda que nos atraviesa -desde hace décadas- como sociedad.

Marcelo es ese niño que no tuvo oportunidades, pero se las ingenió para crecer, encontrar un lugar y demostrarnos que en esta imbécil sociedad, los ladrillos los “cota cuaquera”.

PD: Un abrazo a la familia de Marcelo y a quienes desinteresadamente lo ayudaron en esta vida. Hasta siempre Cota.

1 COMENTARIO

Los comentarios están cerrados.