El 25 de noviembre marca una fecha que no deberíamos conmemorar, pero cuya existencia es urgente y necesaria. En el Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, el mundo alza su voz, no para celebrar, sino para exigir un alto a la crueldad que millones de mujeres enfrentan cada día. Este día, más que una efeméride, es un recordatorio de las heridas que aún no cierran, de las vidas arrebatadas y de las luchas que persisten en el silencio.
Cada año, el nombre de una mujer que ha sido víctima de feminicidio nos sacude, como si el dolor se acumulara en cada rincón del mundo. Es un grito que resuena, pero que todavía no se escucha lo suficiente. La violencia de género no discrimina por raza, edad, clase social o país. Se manifiesta de formas visibles, como golpes, gritos o femicidios, y de formas más sutiles y corrosivas, como el control, el desprecio, la humillación o el abuso psicológico. Todas estas formas dejan marcas imborrables en el cuerpo, en el alma y en la sociedad.
Los números son alarmantes. Según la ONU, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual en algún momento de su vida. Pero detrás de cada cifra hay una historia de dolor, de sufrimiento, de una vida rota. Y es ahí donde debemos poner el foco: no son estadísticas frías ni son números, sino personas reales, con sueños truncados, familias destrozadas, y comunidades que intentan recomponerse de lo irreparable.
Aún más desolador es pensar que muchas mujeres viven en silencio, en el miedo constante. Las paredes de su casa, que deberían protegerlas, se convierten en jaulas que las aprisionan junto a sus agresores. Estas mujeres llevan una carga inmensa, porque el sistema, muchas veces, las revictimiza. Es común escuchar que las culpan: «¿Por qué no denunciaste antes?», «¿Qué habrás hecho para provocarlo?». El sistema judicial, social y cultural tiene aún un largo camino por recorrer para garantizar una verdadera protección.
El cambio, sin embargo, comienza con la conciencia. Romper el silencio es el primer paso, pero no debe ser una carga que recae solo en las víctimas. Es responsabilidad de todos nosotros escuchar, apoyar y, sobre todo, actuar. Las leyes que protegen a las mujeres deben fortalecerse, pero también necesitamos una transformación cultural que destierre para siempre el machismo, los estereotipos de género y las conductas que perpetúan la desigualdad.
Es en este punto donde la educación juega un papel fundamental. Si desde temprana edad enseñamos a las nuevas generaciones que el respeto y la empatía son pilares de las relaciones humanas; si inculcamos la importancia de erradicar cualquier tipo de violencia, estamos plantando semillas de un futuro más justo.
Sin embargo, la lucha contra la violencia de género no es un proceso que tendrá resultados inmediatos. Es una batalla diaria, donde cada acción cuenta. Un gesto de solidaridad, una conversación que desmantele prejuicios, una mano extendida en el momento justo. A veces, la vida de una mujer puede cambiar con algo tan simple como sentirse escuchada y apoyada.
En este Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer, honremos la memoria de las que ya no están y acompañemos a quienes siguen luchando. Que este día no sea solo una fecha en el calendario, sino un motor de cambio profundo y duradero. Porque el mundo será un lugar mejor cuando la violencia hacia la mujer ya no tenga espacio, ni en la realidad, ni en nuestra memoria colectiva.