Hay heridas que no se ven. Marcas que no sangran, pero que duelen durante años. Golpes que no dejan moretones, pero sí cicatrices profundas en el alma.
El bullying es una de esas formas invisibles de violencia que demasiadas veces pasan desapercibidas. Se esconde en pasillos de escuelas, en grupos de WhatsApp, en miradas cómplices o indiferentes. Y aunque nos acostumbramos a pensar que es “cosa de chicos”, lo cierto es que puede arruinar infancias, adolescencias y vidas enteras.
Hoy, 2 de mayo, en el Día Internacional contra el Bullying, es urgente dejar de mirar para otro lado.
El bullying no siempre grita. A veces se disfraza de chiste, de apodo, de exclusión. A veces actúa en silencio: cuando nadie se sienta con esa persona, cuando no la invitan, cuando le hacen creer que no vale nada. Y eso —esa sensación de no pertenecer, de no ser suficiente, de ser el blanco permanente de burlas o desprecios— puede romper a alguien por dentro.
¿Quién no recuerda alguna escena de su vida escolar donde alguien fue humillado, apartado o ridiculizado? ¿Quién no ha sido, aunque sea una vez, testigo o parte de ese juego cruel del desprecio? El problema es que muchas veces aprendemos a normalizarlo. Nos enseñan que “hay que hacerse fuerte”, que “así son los chicos”, que “si te molestan es porque les das importancia”. Pero no. El bullying no se supera ignorándolo. Se supera acompañando. Escuchando. Interviniendo.
Porque también hay algo que duele casi tanto como el acoso: la indiferencia.
Cada vez que callamos, que miramos para otro lado, que no intervenimos, estamos eligiendo un bando. Y aunque no queramos, el silencio siempre favorece al agresor. Por eso, no basta con enseñar a los chicos a no ser bullies: tenemos que enseñarles a ser valientes, a no quedarse callados, a ponerse del lado de quien más lo necesita. El rol del testigo puede cambiarlo todo.
En un mundo que muchas veces es hostil, la empatía puede ser un acto revolucionario.
Esta fecha no es solo para compartir frases en redes. Es para preguntarnos de verdad: ¿qué estamos haciendo como adultos, como docentes, como padres, como sociedad? ¿Cómo prevenimos el bullying en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, incluso en nuestras casas? ¿Cuántos chicos hoy, mientras leés esto, están deseando desaparecer porque sienten que nadie los ve?
La buena noticia es que todos podemos hacer algo. Un gesto, una palabra, una escucha atenta, puede ser un punto de inflexión. No sabemos qué batallas está librando cada persona. Pero sí sabemos que el respeto, el cuidado y la contención pueden salvar vidas.
Hoy, más que nunca, abramos los ojos. Miremos a nuestro alrededor. Hablemos con nuestros hijos, escuchemos a nuestros alumnos, estemos disponibles. Porque prevenir el bullying no es solo una tarea educativa: es una responsabilidad humana.
Y que no se nos olvide: nadie merece sentirse solo en el mundo. Nadie.