spot_img
sábado, marzo 15, 2025
More

    Recientes

    Rayito de Sol: Un merendero que lucha cada día por acabar con el hambre… 

    spot_img
    spot_img

    Son las cuatro y media de la tarde en Ampliación Los Troncos. El aroma del té recién hecho y del pan casero invade el pequeño salón del Merendero Rayito de Sol. Afuera, un grupo de niños espera con jarritas en mano, algunos descalzos, otros con mochilas gastadas. La puerta se abre y, como cada día, Azucena y sus compañeras los reciben con una sonrisa que disimula el cansancio. Aquí, no solo se sirve una merienda: se ofrece un refugio, una segunda casa.

    Hace 13 años, Azucena llegó a Monte Cristo desde una localidad vecina. Embarazada de su hijo, no imaginaba que su vida daría un giro al ver a los niños del barrio arriesgándose a cruzar calles peligrosas para conseguir algo para comer. «No podía quedarme de brazos cruzados», recuerda. Así nació Rayito de Sol, primero desde su casa, con lo poco que tenía. Hoy, ese pequeño gesto se ha convertido en un sostén vital para más de cien personas, entre niños, madres embarazadas y adultos mayores.

    Las meriendas se entregan diariamente, pero el sueño de Azucena es poder ofrecer cenas con regularidad. «Apenas llegamos a dar una cena al mes», explica mientras revuelve una olla gigante que burbujea sobre la cocina. Los recursos son escasos: Tecno Campo aporta con bolsones de comida gracias a la ayuda de Mónica Castel y como único aporte fijo proveniente del municipio, le son entregados $60.000 al mes, una suma que, en tiempos de inflación, apenas alcanza para cubrir lo básico. «Hacemos lo que podemos con lo que tenemos, pero no siempre es suficiente», dice con resignación.

    A las seis de la tarde, los niños empiezan a llegar del colegio. Algunos se sientan a compartir la merienda; otros, esperan su turno para llevarse una jarrita con té y un par de criollos a casa para compartir en sus hogares. «Muchas veces llevan comida para sus hermanitos más chicos, los que no pueden venir», cuenta Azucena. Aquí, nadie se va con las manos vacías.

    El merendero no solo alimenta el cuerpo, también nutre el alma. Con el tiempo, se transformó en un espacio de contención: «Escuchamos sus problemas, les damos consejos. Para muchos, este es su único lugar seguro». En el pasado, ofrecían talleres de apoyo escolar y actividades recreativas, pero la falta de recursos y colaboración obligó a suspenderlos. Aun así, el equipo de voluntarias no baja los brazos.

    Durante la pandemia, cuando el país se paralizó, ellas salieron a la calle. «No podíamos abandonar a las familias. Íbamos casa por casa con viandas, porque el hambre no espera», relata Azucena, quien no olvida esos días difíciles en los que la solidaridad de tantas mujeres fue el único sostén para seguir adelante.

    Pero el desafío continúa. La falta de alimentos frescos como carne, pollo y verduras es una preocupación y un pedido constante. «Nos hace falta de todo. No podemos dar más cenas porque no tenemos con qué», dice mientras acomoda bolsas de azúcar y yerba. Las voluntarias hacen rifas para recaudar fondos, pero no es suficiente.

    A pesar de las dificultades, el sueño de Azucena no se apaga. Imagina un merendero más grande, con una cocina amplia y cómoda donde los niños puedan sentarse a cenar. «Queremos que ningún niño se vaya a dormir con hambre. Es un sueño grande, pero no imposible», afirma.

    Con el ultimo rayo de sol, el murmullo de los niños es cada vez más silencioso. Los últimos en llegar reciben su merienda y se despiden con un gracias sincero. Azucena cierra la puerta, pero no su compromiso. Mañana volverá a encender la hornalla, a preparar el té y a abrir las puertas del lugar que para muchos es un faro de esperanza.

    spot_img
    spot_img

    Últimas noticias

    spot_img

    Noticias