*Por Lisandro Guzmán/Editor de LaVoz com.ar
De chico nos íbamos al “poli”, nos metíamos con nuestras bicis en el profundo hueco de la pileta, y de ahí cruzábamos campos para llegar a la “represa de los Gazzoni”. Te tirabas al agua desde una rama. Era todo una aventura.
En los años ’80 la mayoría de las calles eran de tierra. El viento era cómplice de la polvareda que sólo se aplacaba con el paso del camión regador de don Toto.
En la plaza Sarmiento te pelabas las rodillas con las lajas y en el predio del ferrocarril, para cruzar con la bicicleta, te tenías que acordar que había un alambre que dividía el sur del norte. Nunca hubo un centro definido, salías de compras al negocio que te fiaba y te vendía azúcar suelta en bolsitas de cartón.
Los sábados íbamos al cine de Don Nicola Griguol.
El colegio 25 de Mayo y “La 48” eran las únicas escuelas primarias. Allí íbamos todos. En el jardincito tuvimos de profe a la eterna seño Chela. El Parroquial estaba ubicado cerca del correo. Los chicos se escapaban por los ventanales y el uniforme celeste a cuadritos los delataba cuando llegaban a comprar algo al kiosco más popular de todos: el de Doña Sosa. Le pedías mielcitas o juguitos para que las tardes sean más dulces.
Para jugar al fútbol te ibas al Lucas Vázquez y cuando llegaba el 1° de Mayo la mitad del pueblo se escapaba en caravana hasta el Club El Carmen, a varios kilómetros y pozos de esta localidad. El Defensores era clave para jugar al truco o a la mosca, al igual que el Bar Nelly donde se comían los mejores lomitos.
El cementerio parecía lejano. No había casas fúnebres y los velatorios se hacían en cada vivienda.
De los personajes, doña Anastasia era la “Jovita” local. La banda y sus bastoneras, de chaquetas rojas y minifaldas blancas, formaban parte del paisaje clásico de cada acto.
El pueblo crecía bajo el impulso de la industria y el campo. A la localidad se la conocía a nivel nacional por su planta de YPF y de Gas del Estado. Los enormes tanques estaban camuflados, por temor a que sean puntos de ataque tras la guerra de Malvinas y la tirante relación con Chile.
Los aviones siempre tuvieron de punto de referencia al pueblo. ¿Será el centro del país? Siempre me lo pregunté.
Hay más recuerdos
Mosaicos Blangino crecía año tras año, colindante al barrio Iguapé donde la fábrica de café perfumaba las tardes pueblerinas. En ese barrio existió la mejor pileta de natación de todos los tiempos.
La Policía tenía un Torino azul que era raro no verlo roto.
El transporte Monte Cristo, con los Tarifa como pilotos, pasaba cada una hora y sólo iban por la ruta vieja (muy vieja). Cuando entraban a Mi Granja tenías que rogar que las ventanillas cerrarán bien: o masticabas cascotes o te fruncías la nariz por la laguna del frigorífico.
La radio era “comunitaria” y por cable llegaba a cada casa. Después llegaron las FM.
Durante el Mundial del ’86 la plaza se cubrió de celeste y blanco. Aún quedan guardadas en la memoria las estrofas del Himno entonado por todo el pueblo.
Monte Cristo o Montecristo -no importa como lo escribas- tuvo, tiene y tendrá cientos de personajes (desde “Cota” hasta “el Naza”), decenas de familias conocidas que han convertido a esta tierra en un lugar de encuentro.
El paisaje cambió, las calles se adoquinaron, la plaza se renovó y el pueblo se convirtió en ciudad. Lo que no cambió fue el espíritu de crecimiento, de trabajo.
Año tras año, se renuevan las esperanzas de saber que cada uno de nosotros “somos Monte Cristo”, como parte esencial de esta historia.