Los incendios forestales en Córdoba no son una novedad, pero este año han adquirido una magnitud devastadora que vuelve a poner en jaque no solo a la biodiversidad de la región, sino también a sus habitantes y las comunidades cercanas. En las últimas semanas, decenas de focos de incendio se propagaron por distintos puntos de la provincia, en una situación que combina una mezcla peligrosa de sequías prolongadas, temperaturas extremas y vientos secos que avivan las llamas con una rapidez asombrosa.
Lo que debería ser una temporada seca más, se ha convertido en una verdadera pesadilla ambiental y social. Este año, miles de hectáreas de montes, pastizales y áreas protegidas han sido reducidas a cenizas. Y aunque las causas naturales, como las tormentas eléctricas, son parte del problema, no podemos ignorar el impacto del factor humano: ya sea por negligencia o con fines deliberados, los incendios en Córdoba han tenido también un componente intencional, que agrava una situación ya de por sí crítica. Los efectos sobre la fauna y la flora son irreparables, y las imágenes de animales huyendo de las llamas, el aire irrespirable y la vegetación arrasada reflejan la magnitud de la catástrofe.
En medio de este escenario desolador, hay quienes se enfrentan cara a cara con el fuego, poniendo en riesgo su vida para salvar lo que queda: los bomberos voluntarios de Córdoba. Estos hombres y mujeres, armados solo con su vocación y un compromiso inquebrantable, se han convertido en los héroes de esta batalla. Sin embargo, pocas veces se reflexiona sobre el agotamiento físico y emocional que implica combatir incendios de tal magnitud, sobre todo cuando las condiciones de trabajo son tan adversas.
Los bomberos voluntarios en Argentina, y particularmente en Córdoba, son el principal escudo frente a estas emergencias. Pese a su carácter voluntario, su tarea exige una preparación rigurosa, pero muchas veces carecen de los equipos adecuados para enfrentar incendios de gran envergadura. Su labor implica jornadas que superan con creces las horas habituales de trabajo, enfrentando temperaturas extremas, riesgos de inhalación de humo tóxico y la constante amenaza de quedar atrapados en las llamas.
Las Unidades de Bomberos Voluntarios de Monte Cristo se unieron al combate de los incendios, demostrando una vez más la solidaridad y el compromiso de estos equipos. En focos de incendio críticos como La Mezquita y Tiro Federal, participaron los bomberos voluntarios Marcos Palacio, Guillermo Morales, Marcelo Servera, Melani Avaltroni, Maxi Morales y Marcos Palacio(hijo). Por otro lado, en áreas como Villa Yacanto y Cerro Champaquí, los mismos Marcos Palacio, Melani Avaltroni, Sofía Budassi, Maxi Morales y Marcos Palacio (hijo) se enfrentaron nuevamente a las llamas.
En los últimos incendios, se han reportado múltiples heridos entre el personal de bomberos, lo que pone en evidencia no solo la peligrosidad de su trabajo, sino también la falta de recursos necesarios para garantizar su seguridad. En la primera línea de fuego, ellos lo dan todo, aun cuando los medios no acompañan. Las imágenes de bomberos extenuados, tomando apenas un respiro antes de volver a enfrentarse a las llamas, hablan por sí solas: su esfuerzo es titánico, pero no puede ni debe ser el único freno a una crisis ambiental recurrente.
Es evidente que los incendios forestales en Córdoba no son solo consecuencia del cambio climático y de fenómenos naturales; existe una falta de planificación urbana y manejo forestal que, sumado al desinterés de algunos sectores, hace que año tras año el problema sea el mismo, o peor. La escasa implementación de políticas preventivas, el desmonte indiscriminado y la expansión descontrolada de las áreas agrícolas y urbanas crean el cóctel perfecto para que estos incendios se repitan. Es una realidad que los gobiernos provinciales y nacionales deben enfrentar con urgencia, no sólo para contener las llamas, sino para evitar que se sigan repitiendo año tras año.
La prevención es clave, pero aún parece ser una asignatura pendiente. Las campañas de concientización sobre el manejo del fuego, la conservación de áreas protegidas y el fortalecimiento de los cuerpos de bomberos deberían ser prioridades a nivel estatal. Además, es imperativo que se investiguen a fondo los posibles incendios intencionales, cuyas motivaciones muchas veces están relacionadas con la expansión de la frontera agropecuaria o inmobiliaria, intereses que chocan frontalmente con el bienestar común y el cuidado del medio ambiente.
A pesar de todo, el reconocimiento hacia los bomberos voluntarios sigue siendo unánime. En cada comunidad afectada por los incendios, los vecinos agradecen su presencia, su entrega y su sacrificio. Sin embargo, el aplauso y la gratitud no son suficientes. Ellos necesitan recursos, apoyo y, sobre todo, políticas públicas que no los obliguen a combatir las mismas llamas una y otra vez. La prevención, el manejo de los recursos naturales y la inversión en tecnología y equipamiento son las únicas herramientas que permitirán que estos héroes no tengan que arriesgar sus vidas cada vez que un incendio arrase la provincia.
El fuego, esta vez, ha dejado una cicatriz profunda en Córdoba. Pero las heridas más graves son las que no se ven a simple vista: la de una sociedad que aún no ha aprendido a cuidar su medio ambiente y que confía en que serán otros quienes se enfrenten a las llamas. Mientras tanto, los bomberos seguirán ahí, siendo los guardianes silenciosos de una provincia que, en tiempos de crisis, sólo puede agradecer su existencia. Pero no deberíamos permitir que sean siempre ellos quienes carguen con el peso de esta lucha.
A pesar de las cenizas que cubren el horizonte, la llama de la esperanza sigue encendida en los corazones de aquellos que, sin pedir nada a cambio, se enfrentan al fuego día tras día. Los bomberos voluntarios de Córdoba no descansan, porque el fuego no espera y al final, queda claro que, aunque nadie lo diga en voz alta, en cada incendio, los verdaderos incendiarios no son el viento ni el clima, sino la indiferencia. Cada chispa que enciende los vientos secos es apagada por manos firmes que, en lugar de laureles, reciben apenas una palmada en la espalda y la promesa vacía de que «el próximo año será diferente».
Y ahí estarán ellos nuevamente, con los mismos equipos desgastados, con el mismo coraje intacto, combatiendo una vez más lo que la negligencia siembra. Quizás lo único que arda más que los montes es esa eterna espera de que, algún día, no tengan que ser los héroes de siempre quienes enfrenten las llamas. Pero hasta entonces, seguirán apagando fuegos con la misma valentía, mientras el resto del mundo se conforma con mirarlos desde lejos, como si fuera una película que siempre acaba igual.
Porque, al final, la verdadera tragedia no es el fuego que arrasa la tierra, sino la incapacidad de aprender a prevenirlo.