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miércoles, marzo 12, 2025
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    “El hambre no se puede caretear”

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    El comedor hace 400 porciones de comidas diarias y hasta llegó a dar más de mil viandas en un solo día. La historia del comedor que nació en plena pandemia en 2020 cuando esta familia de Monte Cristo veía que las necesidades de muchas personas se agravaban.

    El lugar donde funciona el comedor Cacerola de Empatía, además de ser una casa de familia, también funciona un emprendimiento gastronómico que los Selva Racedo tienen hace años como sostén económico.

    En realidad, el comedor es un expendió de viandas, ya que el local donde se ubica sobre la calle 25 de Mayo en el centro norte de Monte Cristo, es un terreno de dimensión normal que además de un pequeño espacio para el comercio de comida, atrás está la casa de la familia en la que viven más de 10 personas.

    La charla fue con Priscila Selva, una de los 7 hijos de Silvio Racedo y Silvina Cabrera, que es la que coordina e impone liderazgo en el comedor.
    No hace falta que nos aclare mucho cómo es el trabajo combinado en sus días: llegué al lugar y ella aún no estaba en su casa: “esperala, está en un remis buscando a los chicos”, me dice la madre mientras abre la puerta del local para que entre y aguarde unos minutos a su llegada.

    Antes de la entrevista ya veo el lugar: ropa, bolsas con más ropa, alimentos no perecederos sobre la mesa, en el estante, cajones con verdura, bolsas de papa, algunos remedios acomodados.
    Llega Priscila, entran en fila con sus útiles y juguetes sus 4 pequeños que vienen de la escuela, los manda a la casa (que está al fondo del local). Priscila me saluda, se sienta y se dispone a la charla. Empezamos y en unos minutos entra su mamá, pide “disculpa” por interrumpir y le consulta por una leche especial para bebé que un enfermero de un hospital de la ciudad de Córdoba le pedía por si tenía. Priscila no duda, con seguridad le responde que tiene “cuatro tarros”.
    La madre acomoda unas bolsas de ropa y continúa hacia su casa.
    “Así es todos los días”, nos dice Priscila, que la vida de la familia hoy se centra en este comedor que no solamente asiste con cientos de porciones de comida, sino que también consiguen ropa, bolsones de alimentos, colchones, camas y hasta algunos remedios que solicitan para la gente que no tiene para comprarlos.

    “Se nos fue de las manos” me dice en un momento. Que la familia empezó esto para dar de comer a otras familias necesitadas de la ciudad y que hoy también vienen desde la zona rural, de Kilómetro 691, de Media Luna o de la zona de los cortaderos. Sin embargo, dice que no reniega de esta situación, que la familia lo ha asumido como una forma de ayudar a otros.
     
    Hablamos con Priscila y nos contó el día a día del comedor, mientras avanzaba la charla, tenía todo planificado para esta semana y lo repasaba, mientras hablábamos del lugar me frena y me dice: “No soy buena, soy justa y correcta”, destacando que ellos ayudan a la gente porque lo necesitan, pero que no soporta el abuso o las críticas infundadas sobre la acción de su familia, pero suspira y se planta: “estoy tranquila, hablamos de empatía”.

    ¿Cuándo empieza el comedor?

    Esto empezó hace mucho tiempo, un proyecto de mis ‘viejos’ que en su momento lo tuvieron que posponer porque nosotros (sus hijos) éramos muy chicos y después pasó lo de mi hermano más grande, que falleció y se hizo duro.  
    Siempre lo hicimos puertas adentro a algunas familias cercanas y hoy es super grande. Hoy ya todos grandes decidimos ponerlo en marcha.

    Cacerola nace en plena pandemia y restricciones

    Sí. Yo daba particular y venían muchos chicos del campo. Todos los días una mamá, otra mamá, me decían ‘¿será que tenés un pedacito de pan?, ¿será que tendrás una leche para compartir a los hermanitos? Y me digo ‘ay Dios mío’, vi mucha necesidad. Siempre fue un pedir, para los niños más que todo, entonces un día se lo planteé a mi mamá, estábamos comiendo empanadas con mi mamá, mis hermanos y amigos de mi hermano que se han criado en esta casa y dije que ‘yo sé que puedo conseguir donaciones para darle de comer a esta gente’. La gente necesita, así nació. Eso fue un martes de mayo, el jueves ya estábamos haciendo la comida.

    ¿Cuántas personas empezaron a ayudar?

    Empezamos con 28 personas, el viernes ya teníamos 54. Al mes teníamos 148, a los dos mese llegamos a las 205; a los seis meses a las 740 personas en un día.
    A los ocho meses, que fue que se puso duro lo de la pandemia llegó a más de 1.000 porciones. Recuerdo que mi mamá lloraba porque la fila llegaba a la esquina de los dos lados y un bebé que lloraba mucho. Habían llegado a las 5 de la tarde y la comida iba estar a las 8 de la noche.

    Es mucha gente que necesitaba

    Realmente si no tenés necesidad de comida ‘no se puede caretear, el hambre no se puede caretaer’.
    No parábamos de servir. Nosotros tenemos mucha fe, me hizo acordar como cuando Jesús multiplicó los panes. Era un guiso de arroz con pollo, nunca me voy a olvidar, y en la última persona 1.100 porciones, ella se llevó tres raciones. No esperábamos tanta gente ese día, se fue haciendo comida sobre la marcha. Ese día esperábamos 700, como siempre, pero no un número así. Siempre llega una persona más, pero ese día va quedar en el milagro de este comedor, todos recibieron su comida.

    ¿La cantidad de gente bajó?

    Sí, porque esto es pasajero, no es para fomentar la vagancia como dicen muchos. Esto es una parada para la gente que tiene hambre, tome fuerzas, se vuelva a levantar y lleve adelante su familia. Una chica tenía un microemprendimiento, se le consiguió una máquina, otro señor ahora poda árboles, otro tiene una bicicleta para salir a afilar cuchillos.
    Esto es un aporte que le podemos hacer a la sociedad si necesita. Está abierto para nuestra gente, la gente rural y gente no es nuestro pueblo; viene gente caminando o en bici de 691, de Media Luna, de los cortaderos. La gente existe.

    La pobreza es una realidad, es indiscutible, ¿qué otra ayuda busca la gente?

    También hemos ayudado a personas que están tratamiento oncológico. Conseguimos la ayuda de la misma gente para ayudarlos, donan los medicamentos.

    ¿Cómo consiguen las donaciones?

    Siempre lo que se pide es puntual para hacer la comida. Y se consigue, así es sucesivamente. Somos puente de las buenas acciones que hace la gente y esto es para la gente. Las buenas acciones son las que mueven y hacen posible esto.
    La Municipalidad nos está dando $200, que al mes son $6.000, es decir la comida de un solo día. Quien nos apoyó desde el ‘vamos’ fue Hernán Parodi; que nos dona todas las semanas dos kilos de molida y además hay una cuenta y la gente va dejando 20 o 30 pesos, va a una caja y él no hace precio para la carne molida, que es lo usamos. Verónica Blangino del Almacor 20 también nos aporta la comida de un día. El resto es la gente.
    Todos los días nos levantamos con el ¿qué vamos a hacer?, ponemos en nuestras redes lo que necesitamos y va llegando. Es fantástico, inexplicable. Ayuda gente que viene en autos bellísimos, como gente que viene caminando kilómetros para aportar su granito de arena.

    Por la situación, el comedor hoy da de comer tres veces a la semana, lunes miércoles y viernes, pero la atención por pedido de ropa, bolsones de comida o remedios, es una constante en la dirección en la que calculan un promedio de mil personas, que semanalmente acuden por alguna necesidad a buscar ayuda.

    “Son realidades que tocan en Monte Cristo”, dice Priscila, que cuenta innumerables historias de la gente que pasa por el lugar con situaciones que van desde la falta de alimento o remedios, a niños que no tienen material para estudiar o cuestiones particulares como la violencia doméstica y de género.

    ¿Qué sienten ante las diferencias sociales y económicas?

    Que tenemos que seguir. No podemos dejar esto, hay gente que depende de nosotros. Así como hay gente que depende de nosotros, hay gente que nos deja mercadería. Es una red que se hizo en solidaridad.

    ¿Cómo ves el futuro del comedor? Por que si dejan de venir es porque su situación ha cambiado

    Yo quisiera implementar cursos y que la gente tenga salida laboral; que la gente no tenga que asistir más a un comedor. Valerse por uno mismo es algo que no tiene nombre. Hoy estoy parada en lo urgente, en dar comida y abrigo, pero me gustaría a darle una capacitación, un oficio y que tengan una salida laboral.

    ¿Has conocido gente que sólo come por el comedor?

    Sí, muchísima de la que viene, muchas familias. Con la ración que le damos, muchos sólo les dan a los chicos.

    Con ese comentario de Priscila, que corta la conversación y entristece, nos cuenta la anécdota de un hombre que un día fue a pedir comida y llevó tres viandas y ella le consultó donde vivía porque se lo llevaba. Al llegar a la casa vio que en ella vivían 10 personas, se paralizó al saber que esas tres raciones de comida sólo eran para los más pequeños.  

    Detallando un poco la ayuda, Priscila enumeró que además del municipio, Almacor y el carnicero Hernán Parodi; También han recibido la ayuda de YPF Cattaneo, Casa Gazzoni, Renata de Fernández y mucha gente particular. También recordó que alguna vez el legislador Juan José Blangino y el Movimiento Evita llevaron donaciones al lugar.  
    Por otro lado, enumeró que a partir del aporte de la gente, se han entregado 102 camas, 205 colchones, 27 cunas, 18 heladeras, 29 cocinas, 14 anafes y mies de bolsones de comida en todo este tiempo.  
    En el comedor trabaja Priscila que es la organiza todo en el comedor, su mama y su papá son los que cocinas, y sus hermanos y amigos ayudan en la preparación de la comida y en organizar a la gente que llega, recibiendo y dando las viandas y cuidando la fila para mantener los protocolos.

    El comedor Cacerola de Empatía comenzó a funcionar en mayo de 2020, cuando en el país estábamos en plana pandemia por el coronavirus y con las restricciones. La situación sanitaria golpeó y golpea fuerte aún en los contagios y las muertes como consecuencia; pero lo que más agravó su presencia es el aumento de la pobreza y las necesidades de la gente.

    Este comedor no es el único que funciona en la ciudad de Monte Cristo, en algunos barrios como Amanecer y Los Troncos hay vecinos que realizan similar acción y ayudan a familias carenciadas ante la necesidad.

    Hay una realidad y es imprescindible que la sociedad y, sobre todo, los funcionarios, no la ignoremos. La presencia del Estado está quedando en discursos mientras las necesidades crecen, la pobreza atosiga a familias enteras y las consecuencias son en el presente y para el futuro.

    El comedor hoy un es acto de solidaridad, de buena acción, de resistencia a esta situación económica que padecemos todos los argentinos y argentinas; sin embargo, bien lo deseaba Priscila y adherimos: ojalá un día las personas no tengan que acudir a un lugar por comida y poder salir por sus propios medios para progresar.

    Priscila Selva es la que más dirige en el comedor, presente en todos los detales del funcionamiento del comedor

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