En una ciudad donde las sirenas no suenan por costumbre, sino por urgencia, hay
un cuartel que nunca duerme. En Monte Cristo, los bomberos voluntarios son más
que una institución: son el corazón de una comunidad que aprendió a confiar en
ellos como en nadie más. No hay horarios, no hay sueldos, no hay garantías; hay
compromiso. Y eso es todo.
Nos recibe Walter Morales, jefe del cuerpo activo de bomberos, y Armando Schiavoni, presidente del cuartel. Ambos llevan tres décadas vistiendo el uniforme, y a cada palabra se les nota el peso y el orgullo, de haber dedicado su vida a esta causa.
“Esto no se enseña, se siente”, resume Walter.
Una vocación que se construye desde chicos
Actualmente, el cuartel está compuesto por 23 bomberos activos, 5 aspirantes
mayores que cursan el primer nivel, y un departamento de aspirantes menores de
edad con 19 chicos y chicas. A los 16 ya pueden comenzar la formación que los
lleva a ser bomberos a los 18. La capacitación dura dos años y se realiza a nivel
regional, bajo la órbita de la Federación de Bomberos Voluntarios de Córdoba.
Pero no es solo una cuestión técnica: “Hoy pedimos también un examen
psicológico. Porque esto no es para cualquiera”, explica Walter. Y es que en este
oficio no basta con las ganas. Hay que tener la fortaleza emocional para afrontar
emergencias que, en ocasiones, quiebran incluso al más experimentado.
Salir corriendo cuando la vida llama
Las emergencias llegan sin aviso, a veces en la madrugada, a veces en Navidad.
“Nos pasó una vez un 24 de diciembre. Estábamos brindando con la familia y sonó
la alarma: accidente en ruta. Y salís. No hay excusas”, recuerda Armando.
El sistema de guardias y convocatorias se organiza a través de un grupo de
WhatsApp llamado Solo Emergencias, donde cada integrante responde sí puede
acudir. Pero muchas veces los trabajos particulares no permiten ausentarse, lo que
reduce el número de disponibles. Aun así, nunca faltan manos.

Los operativos no son solo contra incendios. El cuartel tiene 12 departamentos,
desde incendios forestales hasta materiales peligrosos, pasando por rescate en
altura, primeros auxilios y psicología de emergencia. Cada fin de semana hay
capacitaciones, y el plan de formación es anual y permanente. La preparación es
similar a una carrera, hay cuatro niveles, cada nivel consta de dos años y el último
te habilita como instructor provincial.
Historias que dejan marcas
Las emergencias no solo se apagan o se resuelven: muchas se graban para
siempre. “Lo que más me marcó fue al principio de mi trayectoria. Un chico de
Piquillín, murió desangrado. Fui el primero en llegar. Durante 15 años, cada vez que pasaba por ese lugar, sentía el olor a sangre. Porque la sangre humana tiene un olor que no se olvida”, cuenta Armando con los ojos húmedos.
Frente a estas experiencias extremas, el cuartel cuenta con la práctica del
defusing, una técnica de descarga emocional grupal, guiada por psicólogos
especializados en emergencias. Esta intervención se realiza luego de cada situación
crítica, para ayudar a los intervinientes a procesar sus emociones y reducir el
impacto del evento. “No podemos llevarnos todo eso a casa. Tenemos que hablarlo
acá, entre compañeros, con alguien capacitado. Porque si no, te destruye”,
reflexiona Morales.
El miedo: compañero necesario
¿Sienten miedo? “Siempre. El que dice que no tiene miedo, miente o no entendió de qué se trata. El miedo es necesario para estar alerta, para respetar el riesgo. Lo que no podemos permitirnos es el pánico”, dicen casi al unísono.
Y por eso entrenan. Por eso se preparan, para que el miedo no los paralice, sino
que los enfoque en el aquí y ahora.
Una tarea que no se paga, porque no tiene precio
Quizás lo más llamativo sea que todo este sacrificio no tiene retribución económica. “Esto es voluntario. No cobramos. No gastamos dinero en nosotros. Todo es para el cuartel”, dice Walter.
¿Y qué pasaría si les ofrecieran un sueldo? “El día que el bombero reciba una
retribución económica yo me voy. Porque cuando empiecen a pagar, muchos
vendrán por el trabajo y no por la vocación. Y eso mata el espíritu del bombero”,
asegura Schiavonni.
Este espíritu se resume en su lema: Sacrificio, Abnegación y Desinterés. Una
filosofía que, a lo largo de los años, fue filtro para quienes realmente quieren estar
en el cuartel. “Por acá se capacitaron más de 150 personas. Hoy quedamos 25. Y
de los 30 años, sólo nosotros dos”, explican.
Y ahí aparece una pregunta inevitable: ¿somos realmente conscientes, como
comunidad, del esfuerzo que implica ser bombero? ¿Valoramos el costo emocional,
el tiempo que se sacrifica, las vidas que se tocan y muchas veces se salvan? Tal
vez no lo suficiente…
Financiar el coraje
Aunque el esfuerzo humano es voluntario, el equipamiento no se compra solo. A lo
largo de 30 años el dinero se obtuvo de muchas maneras. Al principio organizaban
rifas, vendían lechones, hacían polladas. Hoy reciben subsidios nacionales y
provinciales (28 y 31 millones respectivamente el último año), y el municipio aporta un 1% del impuesto inmobiliario y otro 1% de industria y comercio.
Pero aún sueñan con más: “Nos gustaría que Monte Cristo, como Jesús María o
Cosquín, destine el 5% de los ingresos por espectáculos públicos a los bomberos.
Porque cuando hay eventos grandes, a los primeros que llaman es a nosotros”.

El futuro en manos jóvenes
Más allá del presente, lo que más emociona es ver a los más chicos en formación.
Son el futuro de un sistema que, aunque parezca frágil, se sostiene por la voluntad
de quienes aún creen en el otro. “Queremos dejar un cuartel mejor del que
recibimos. Más equipado, más preparado, más humano”, aseguran.
Y lo están logrando. Pero no pueden hacerlo solos.
Porque si hay algo que esta historia nos deja en claro, es que detrás de cada
llamado, cada incendio, cada rescate, hay personas que entregan su tiempo, su
salud y su vida por los demás. Sin esperar nada a cambio.
Quizás sea momento de preguntarnos qué lugar ocupamos nosotros como
comunidad en esa ecuación. Si somos meros espectadores… o si estamos
dispuestos a reconocer y acompañar ese fuego que no quema, pero transforma.
El fuego de la vocación.




