El siguiente destacado no es una cobertura meramente comercial ni publicitario, es un karma nostálgico; un reconocimiento a un espacio físico por el que todos quienes habitamos un pueblo venido a ciudad, vio permanecer inmutables a estos puntos fijos de los que conocemos de antaño.
En general tenemos alma de pueblo, de “infierno grande” al que le interesa eso de qué andará alguien de la vecindad o cómo estará ‘tal’ lugar. Nos conocemos, sabemos quién es quién y a los nuevos, que son muchos en estos últimos años, creemos “sacarle la ficha” apenas apostados, pero que ni bien integrados a la idiosincrasia local no falta el tiempo para ponerlos al tanto de quienes somos los montecristenses, sus personajes, sus lugares, su todo.
En toda conversación chabacana no faltará un ¿te acordás de? Innumerables hechos, lugares y personas que nos parece representar en el ideario de pueblo de Monte Cristo. Del: acá antes esto era todo monte y hoy es la pileta del polideportivo. Que teníamos cine con una pantalla super gigante y butacas para la función. Quién no habló de nuestras “villa cariño” propias camino al cementerio o el camino de las loras; de los amoríos, aventuras y tragedias del Puente Negro, de cuando se hacían los carnavales en barrio Los Troncos. De las hoy avenidas principales de Sarmiento y San Martín que eran sinónimo de “tontódromo” por la cantidad de vueltas dadas porque no había otro recorrido por hacer; o que ese mismo espacio, hoy recreado en un gran parque, estaba habitado por casas de chapas instalados en la historia del ferrocarril, que estaba aggiornado por extensos ligustres y cunetas de ladrillo. Historias contadas de unos a otros del enano que se te aparecía caminando al cementerio, porque como todo pueblo, nosotros también teníamos nuestro asustador. Que ya parece ser historia las noches de todos los boliches que hacía el Parroquial año tras año. Los curas que pasaron, los intendentes que tuvimos, los que llegaron a la fama saliendo de este pueblo (y no tanto), eso es un alma de pueblo y mucho más. Esto que prevalece a pesar de nuestra cercana distancia a la capital, enhorabuena creo coincidir con la mayoría tenemos una ciudad con alma de pueblo, de barrios, calles, lugares y personas ligados a historias que nos apoderan de identidad propia.
Bastó esta extensa pero necesaria ilustración de ideario de nuestro pueblo-ciudad para detenerme en algunos lugares, pocos pero recurrentes a la vida cotidiana de los nuestros desde hace muchos años, comercios que el uso de razón y memoria no traiciona al nativo y nos llevan a pensar el tiempo que hace están instalados en el mismo lugar, sin titubear a cualquier causa histórica de lo social, económico y político, traspasando esa línea histórica aún están ahí, que si bien con las modificaciones que la actualidad de las épocas impone, son el mismo lugar y las mismas personas que frente a ese mostrador vimos envejecer hermosamente, finalmente para decirnos que son parte de la identidad simple pero importante de nuestra ciudad.
Aprovechando el cuadragésimo aniversario que celebra Mario Montenegro con su tradicional local coiffeur, es recurrente el pensamiento de que ese lugar parece que siempre estuvo ahí para cortarse el cabello o peinarlo; esa esquina y otras son tan llamativas por su vigencia y porque de seguro cualquier habitante de esta ciudad pasó por esos comercios icónicos de Monte Cristo.
Es que Apolo, que lleva ese nombre por el dios griego, lleva asentados 40 años en esa esquina de David Linares esquina 9 de Julio y que la moda del cabello se intrínseca en las cabezas de muchos de lo que nos entregamos a las manos, tijeras y colores del peluquero con más años de nuestra ciudad, don Mario. Migrando del campo en la zona de Jesús María al por entonces pueblo pequeño de Monte Cristo, en los primeros años del 70 él ya ejercía el oficio de peluquero. La experiencia y el trabajo lo llevaron a tener su propio local, ese mismo que en 1979 abrió, aún prevalece a mucha clientela y una sabiduría única del rubro, innovadores y referentes. Luego de instalarse, Walter que es su hijo (el menor de dos), toma el impulso y sigue sus pasos a los 13 años para sumarse a lo que hoy es el legendario Salón Apolo.
Después se unen quién era su esposa Graciela Luna y su otro hijo Alejandro, quien falleciera joven en un accidente de tránsito. Hace pocos días, fuimos testigos del festejo de esta tradicional peluquería en el Club Monroe, donde la nostalgia y la emotividad se hicieron presentes en un espectacular desfile y reconocimiento a sus dueños.
Y siguiendo esta suerte de camino recorrido, bien al frente de la peluquería, cruzado en diagonal, la mítica relojería que con los años sumaría boutique, se emplaza hace 36 años y es también siempre en la misma intersección: David Linares, esquina Sarmiento. Sixto Romagnoli (hijo), más conocido por los vecinos como “Tito”, quién además en su paso por la política fue un importante concejal peronista; luego de la división comercial de la familia que siempre se había dedicado a esa actividad, él se traslada a la actual esquina en el año 1983, año tan especial para los argentinos con el regreso a la democracia, y desde ese momento practicando y ofreciendo el servicio de relojero que ya trabajaba desde años anteriores (Tito lleva 50 años arreglando relojes, un hombre único que venimos a destacar). Junto a su esposa Betty Ciccioli y por un tiempo junto a sus hijos, eran los anfitriones de esa esquina de relojes y vestimenta a la que todos recurríamos.
Finalmente creo que todos vamos a entender coincidentemente que no hay otro lugar más referente, único y que gran parte de las generaciones sabrá decir “yo era chico y ese lugar ya estaba”: el clásico minimercado VEN (siglas de nombres familiares), más bien conocido por el cariñoso vocablo popular de el “kiosco de la vieja Sosa”.A tantos sonaría despectivo, pero doña Yoli, dueña y señora de ese mostrador señero siempre fue quién del otro lado preguntaba “¿Qué quiere?” (Y emocionado lo digo: lo sigue haciendo), es una reliquia cultural apostada en una de las esquinas de la plaza central. Todo lo que uno necesitara o quisiera estaba en esa esquina de Nemirovsky y Pizarro, desde el pan de cada día hasta el último cassette de “Los Chicos Orly” o “Roxette”, juguetes y todas las promociones de figuritas y ‘vale por otra coca’ que nunca nadie podrá negar. Ese lugar que cuenta con 60 años de estar y ser parte de nuestra vida cotidiana y esa señora, doña Yoli Sosa, que también veíamos en la Iglesia pasar la bolsita para recaudar el diezmo en las misas, aún está de pie atendiendo su local, que en mi visita me apunta resignada que “este ha sido el peor año de su vida” porque las ventas eran malísimas. Llena de vida, se esperanza en que las cosas pueden mejorar y que más allá de su avanzada edad, aún está dispuesta a seguir siendo la dueña de ese mostrador para atender a sus clientes.
Monte Cristo hoy ya es una ciudad y con mucho margen de crecimiento a futuro, pero es aún hoy que los lugares rememoran leyendas, historias, personajes únicos y personalidades que conformaron nuestra distintiva manera de vivir un pueblo.
Pasará el tiempo y seguiremos siempre conservando esos recuerdos y mejor aún, contándolos a las nuevas generaciones, es que así se conforma un relato histórico, porque esta nota refleja en escrito un costado de la verdad de un lugar, una partecita, cada uno de los que viven en Monte Cristo apremia en sí su anécdota y experiencia vivida en estos lugares y otros, todo para confirmar que fuimos y somos testigos de esta identidad creada.