Salió de España hace 11 años dejando todo para emprender «un viaje espiritual» y experimentar el mundo viajando.

Carlos Jesús García es de Málaga, España, tiene 43 años y hace más de una década dejó su país para cambiar el rumbo de su vida, dedicando su tiempo «en libertad, por el mundo».
«No hemos venido al mundo para vivir en un punto fijo», dice ante la mirada curiosa y sorprendida de la gente que circula por una de las avenidas centrales de Monte Cristo. Nos cuenta que hace 11 años decidió dejar su empresa, venderlo todo y comenzar el viaje por el mundo cuando ya practicaba meditación.
Afirma que en su vida no existe la religión sino una filosofía de vida, y suma que como sociedad todos viven atados como “en la matrix”, una vida irreal que es organizada y dirigida, él se ve “en libertad, sin ataduras”.
De su país natal en Europa partió hacia Asia, recordando su gran experiencia con las personas de China por el estilo de vida espiritual, para luego cruzar el Atlántico hasta Estados Unidos, donde desde California bajó por toda América en su bicicleta y su ‘hogar móvil’, hasta llegar a la Patagonia Argentina.
A nuestro país ingresó hace más de un año por Jujuy y destaca con alegría su llegada a Córdoba por la tonada de sus habitantes que le hizo recordar a Perú.
Hizo su paso por la Municipalidad donde recibió una colaboración para seguir el viaje y se le obsequió un mate tradicional como recuerdo de su visita a la ciudad. Además fue invitado a utilizar los recursos del Punto Digital para contactarse a través de las redes.
Al consultarle por qué venía a nuestra ciudad, nos contestó que él no tiene ninguna religión, pero que por su nombre (Jesús) es muy fuerte que la sociedad tome nombres religiosos para reconocerse. Que además de venir a Monte Cristo, había pasado por Villa Carlos Paz y Alta Gracia.

Gustoso nos mostró donde pasas sus noches de reflexión en lo que el armó para ser su hogar, nos muestra una alcancía que se ve desde el exterior de su montaje donde la gente puede dejar su aporte para que él siga su viaje.
Me despido, extiendo mi mano, me la quita y me dice que lo abrace pero me dirige el cuerpo para el choque de nuestros torsos y me saluda “de este lado, chocando los corazones”. Lo felicito por la hazaña y lo dejo acomodando su lugar.